Coronavirus en la Argentina: el remedio es peor que la enfermedad

Coronavirus en la Argentina: el remedio es peor que la enfermedad

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Hace un par de meses apareció una variante de la gripe a la que se dio el nombre de  Coronavirus y que ha recibido durante este tiempo inusitada publicidad en comparación con crisis sanitarias anteriores y actuales. El año pasado, la gripe y la neumonía provocaron en la Argentina cerca de 33.000 muertes y, por poner otro ejemplo de alcance mundial, la denominada N1H1 —o gripe porcina— de 2009 ocasionó en nuestro país 627 muertes con un número de infectados que llegó a 14.160 según el Informe Semana Epidemiológica Boletín Nº 7 del Ministerio de Salud — las personas de entre los 50 y los 59 años fueron en ese entonces las más afectadas—.  

Al 25 de marzo, las muertes contabilizadas a raíz del coronavirus sumaban 19.327 sobre un total de 425.420 infectados a nivel mundial, según los datos suministrados por el South Morning Post de Hong Kong —publicación de gran prestigio de una plaza económica importantísima—. Ahora bien, los fallecidos en la Argentina durante el 2019 debido a la gripe tradicional y la neumonía quintuplicaron la cifra de muertos en Italia por coronavirus al 25 de marzo, 7.503. Si nos comparamos con China, este país de 1.300 millones de habitantes tuvo 3.237 muertes por el coronavirus, es decir, un 10% de las causadas aquí por la gripe y la neumonía. Otra enfermedad muy peligrosa hoy en día tanto en la Argentina como en otros países limítrofes es el dengue. Dado que estas no son las únicas enfermedades que hay en nuestro país, la única conclusión posible es que, en función de las cifras, deberían priorizarse los recursos disponibles para combatir las enfermedades que más muertes ocasionan.

La decisión del Presidente de la República Federativa del Brasil de no poner en cuarentena a la nación podría tener origen en que el dengue le parecerá más peligroso que el coronavirus o, quizá, en el hecho de que esa nación posee una industria muy pujante —produce, por ejemplo, modernos aviones de combate y otros tipos de armas,  y compite en el mundo aeronáutico con aviones a reacción de pasajeros para mediana distancia—. Brasil atraviesa un momento económico difícil y quizás no quiera complicar aún más la situación sumándose al pánico injustificado que ha creado un morbo que no tiene —hasta ahora— las consecuencias que han tenido otras pestes de alcance internacional. Este país prefiere cuidar el prestigio que tiene en el mundo y no reducir sus exportaciones.

El coronavirus puede combatirse de otras maneras, sin impedir el normal desenvolvimiento de un país. En Corea del Sur se ha desarrollado un sistema para analizar rápidamente si una determinada persona tiene o no el virus y anticipar así su tratamiento. Alemania posee algo similar y es por eso que los entendidos le atribuyen la muy baja tasa de mortalidad que presenta en comparación con otras naciones europeas.

Un razonamiento incompleto nos ha conducido a debilitar nuestras posibilidades de salir de la pobreza y mejorar la salud de la población

En los medios periodísticos, en los discursos de los gobernantes y en las conversaciones entre particulares se ha visto una suerte de polaridad al hablar sobre la lucha contra el coronavirus y la economía: parece que hay que elegir entre uno y otro, es decir, que hay una pugna entre la economía y la salud. Las personas reflexivas, que antes de tomar una decisión miran todo el escenario y analizan las posibles consecuencias sociales, saben que la salud depende de muchos factores, pero también de la economía. No es lo mismo enfermarse de coronavirus en Alemania, que tiene 25.000 camas disponibles y el material sanitario necesario para atender a los pacientes, que ser afiliado al PAMI en la Argentina, organismo cuyo funcionamiento está colapsado desde hace años. La cuestión es que los afiliados al PAMI son, precisamente, quienes pertenecen a uno de los grupos de riesgo. En consecuencia, se requiere con verdadera urgencia que esta entidad reciba el apoyo y los recursos económicos que necesita para brindarles la atención adecuada.

Esta medida, sin embargo, tropieza con un problema muy serio: nuestra Patria está financieramente quebrada y no tiene siquiera un plan económico —que se conozca— para salir de esta crisis. Los gastos del Estado se mantienen altos y el Congreso Nacional, responsable de votar los gastos públicos nacionales, no ha hecho nada por reducirlos y ese gasto se ve reflejado en impuestos que luego pagan quienes trabajan en el sector privado. Un ejemplo de esto es el dispendio de recursos en personal estatal innecesario, como ocurre en la biblioteca del Congreso Nacional, que cuenta con 1.300 empleados cuando podría funcionar perfectamente con el 10% de esa cifra. Esto nos demuestra que los diputados y senadores en ejercicio no representan verdaderamente al Pueblo y que el método utilizado para elegirlos no funciona —se sigue usando la lista sábana y el elector no conoce a quién está votando, algo que no se alinea con la democracia—. En la opinión de quien escribe, el Poder Ejecutivo debería dictar un decreto de necesidad y urgencia que rebaje a la mitad los gastos en personal del Congreso Nacional —desde legisladores hasta empleados—, y que destine el importe resultante al PAMI para que pueda brindar la atención que los mayores necesitan, sea cual sea la enfermedad —gripe, neumonía y, ahora, el coronavirus—. 

La Argentina continúa derrochando el dinero de los altísimos impuestos que pagan los ciudadanos, ya que aun así el porcentaje de pobreza se acerca al 40%. Para reducir ese número se requiere un liderazgo que a día de hoy no tiene, trabajar inteligentemente y cuidar la salud de la población. Ninguna nación salió de una crisis sin trabajar. Nosotros no vamos a curar a los enfermos, educar a nuestros hijos ni a gozar de la vida si se nos quita el derecho a trabajar. Las guerras europeas no impidieron a la población sometida a bombardeos y privaciones de toda índole —incluidas las enfermedades— trabajar para poder sobrevivir. ¿Qué va pasar si no trabajamos y seguimos en cuarentena? La Argentina tiene un pasivo muy alto, no solo en materia financiera o de salud, sino en materia de seguridad, de obras públicas —hechas a medias—, de educación, de transportes carísimos, de ríos no utilizados, de viviendas no construidas, de inseguridad física, de pobreza estructural, etcétera. A este cuadro ingresa el coronavirus, enfermedad que no tiene la gravedad de las que ya hay y a las que no se puede combatir sin recursos hijos del esfuerzo. Nadie puede estar en contra de que se tomen todas las medidas que la ciencia pone a nuestra disposición, pero tampoco puede cerrarse la posibilidad de trabajar para obtener los recursos necesarios para ganarnos el pan y los remedios.

El remedio es peor que la enfermedad

Este concepto lo expresamos en La Prensa el pasado 19 de marzo y los datos recogidos desde entonces ratifican nuestra convicción. Un país en quiebra, que no puede pagar sus deudas carece tanto de crédito externo como interno. Una de las razones puede remontarse a la crisis del 2001, de la que la Argentina salió burlando a sus acreedores y permitiendo que los bancos, en su mayoría extranjeros, estafaran a sus depositantes. De la crisis actual solo se puede salir trabajado y si todos siguen en sus casas, en cuarentena, va a ser muy difícil. Ya estamos viendo algunos efectos y esta situación se agravará con el correr de los días: nadie va a pagar un impuesto ni una deuda y el estado no va a tener recursos para cumplir con sus deberes. El riesgo que se corre trabajando es incomparablemente menor a la certeza de que el caos reinará en nuestra Patria a corto plazo.

Juan José Guaresti (nieto)

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